Mujer Divina.
Fragmento de la canción del compositor veracruzano, Agustín Lara.
[...] tienes el perfume de un
naranjo en flor.
El altivo porte de una
majestad.
Sabes de los filtros que hay
en el amor.
Tienes el hechizo de la
liviandad.
La divina magia de un
atardecer
y la maravilla de la
inspiración.
Tienes en el ritmo de tu ser,
todo el palpitar de una
canción
Eres la razón de mi existir
mujer...
El
puerto Jarocho acuna al son, ese ritmo cadencioso que se pasea por
las costas del Golfo de México y continúa en brazos del verde azul y
transparente mar Caribe.
El
agua lame sensual la costa Veracruzana, tierra de Agustín Lara "El músico
poeta" como lo llaman en Tlacotalpan, lugar donde afirmó haber nacido. Los
boleros de Lara y los sones, abrazados de la brisa impregnada de sal,
acompañaron con su ritmo un tiempo de mi vida en el populoso puerto.
La
llegada
Arribamos de la capital a vivir en nuestro espacio costeño, donde el calor se desperezaba en tardes amodorradas y caniculares. El salitre en la humedad del aire, corroía los cascos de los barcos anclados en el muelle de la aduana. Buques de diversos tamaños daban vida con su ajetreo de carga y descarga a la ciudad portuaria.
Soy una mujer común, me gusta
recordar, en especial el tiempo en que viví muy cerca de tíos y primos de la
familia de mis padres en el puerto.
De
las hermanas de mi madre, tengo un cariño entrañable por mi tía Lila.
La conocí cuando yo andaba en los diecisiete años. Era una mujer charlista y dicharachera de cintura juncal, como le dicen a la mujer de cintura pequeña. De mediana estatura, piernas armoniosas, vivaces ojos azules y cabellera negro azabache - era de las tías más bonitas de la familia de mi madre, me llamaban la atención sus uñas largas, afiladas, de color rojo brillante y ¡con pliegues!
La conocí cuando yo andaba en los diecisiete años. Era una mujer charlista y dicharachera de cintura juncal, como le dicen a la mujer de cintura pequeña. De mediana estatura, piernas armoniosas, vivaces ojos azules y cabellera negro azabache - era de las tías más bonitas de la familia de mi madre, me llamaban la atención sus uñas largas, afiladas, de color rojo brillante y ¡con pliegues!
Según escuché a mis tías y a mi madre, era muy sexy, le recortaba a
sus brassiers de pespuntes ¡las puntas! Se casó a los dieciocho con Pepe, algunos años mayor que ella. Era un
cuarterón, un negro de piel no tan oscura, alto, fuerte, con una sonrisa
blanca, pestañas muy rizadas y... nalgas boleadas, tenía ¡buena figura!
según mis tías.
Ambos
procrearon sólo dos hijos, mis otras tías tuvieron, la que menos, cuatro.
Álvaro era el menor, de ojos azules y piel blanca y Manuel el mayor, tenía los ojos negros y la
piel morena. Cuando decían que eran hermanos, la gente se sorprendía pues
parecían de padres diferentes, cosa que hacía rabiar a mi tía. Ambos eran
obesos. No cabía duda, la genética se había engolosinado con ellos. No había
ningún gordo en la familia y era el argumento que esgrimía mi tía Lila, cuando
discutía con su marido acerca de cuál de los dos era el culpable de la gordura de
sus angelitos.
Me
encantaba su casa cerca de la cárcel municipal. La fachada azul agua, tenía una
sobria puerta de madera y prendida una manita delgada que sostenía una bolita
de bronce… invitaba a tocar.
Entrábamos
a la sala, y unidas por un corredor, se daban la mano las habitaciones. Al
final, la cocina desembocaba en un patio. Era una casa sencilla hecha para el
clima cálido, de techos y ventanales altos con protecciones de hierro forjado,
sus muros eran blancos, lo que hacía resaltar objetos y muebles.

El patio al fondo, tenía plantas frondosas y una pila de agua cubierta de lama en las paredes, me ensimismaba ver algunos lirios flotando perezosos en su superficie.
Lo que me daba gran curiosidad, es que ahí vivía una tortuga llamada Güerusa, cuando mi tía chasqueaba la lengua y decía Güerusa, Güerusa, Güerusa, ésta asomaba su largo cuello y un bellísimo tocado de plantas acuáticas chorreaba su cabeza.
El Puerto es sumamente húmedo, el sudor pega la ropa al cuerpo y es una costumbre el bañarse tempranito y también antes del atardecer, ya fresquitos, sacar las mecedoras de madera y respaldar tejido de bejuco a la banqueta y platicar con familiares, amigos o vecinos.
Una
tarde cálida, nos dispusimos a escuchar de boca de mi tía Lila, mis primos
Armando, Juan Camilo, Natalia, Clarita y yo, Daniela, el origen de nuestro
pasado cercano.
El
comienzo
Nuestra
historia comienza a partir de Diego y Aralia. Ambos nacieron en un rancho en la huasteca veracruzana, llamado Los Cocuyos. Sus familias se
emparentaron por tradición.
En el rancho se dedicaban a la siembra de maíz y a la cría de ganado lechero, cuya producción mayor se comercializaba con una firma lechera de renombre.
En el rancho se dedicaban a la siembra de maíz y a la cría de ganado lechero, cuya producción mayor se comercializaba con una firma lechera de renombre.
Las vivencias del amor de
estos dos personajes, Aralia y Diego, son el recuerdo más lejano de nuestro
origen.
Aralia
tenía doce años cuando le bajo por primera vez su menstruación. Estaba en la letrina... cuando vio sangre escurriéndole por
las piernas. Empezó a gritar, su madre quito de un tirón la puerta de tela
floreada, la miró de arriba abajo y arremetió a golpes sobre la cara y cabeza
de su hija
-
Muchacha del demonio- gritaba enojada, mientras la golpeaba. Mira na’más
-¿Qué
te hiciste?- Aralia en medio de la confusión y el horror que le causó este
momento, lloró furiosamente diciendo que ella sólo había ido al baño a
orinar. Su madre recordó en ese momento, que las niñas inician con un
sangrado su transformación ha ser mujeres y bruscamente dejo de pegarle. La
abrazó muy fuerte y la mandó a
bañar, trajo unos trapos limpios para que se pusiera entre las piernas y le
hizo una muñeca de las cenizas del carbón de la estufa para ponerle en el vientre, por si le
daban “los cólicos”. A partir de ese momento Aralia, ya no era una niña.
Era
bonita, una güera de rancho, tenía el cabello rayado por el sol -como pelos de
elote- le decían. Ojos verdes y piel blanca. Su físico, daba cuenta de su mestizaje
español. Testimonio de aquellos que penetraron por la zona de La Antigua, cuando
llegó Cortés por tierras Veracruzanas.
Él
Entró
un viejo vecino con su hijo Diego a la casa. Aralia y su madre preparaban la
merienda, Diego era un joven diez años mayor que Aralia, ella no lo sabía pero
ese encuentro significaba el inicio de su separación de la casa paterna. Diego
y su padre sentados en las poltronas de bejuco, esperaron a Nicanor, padre de Aralia. Él salió
detrás de la puerta-cortina de la recámara y acercándose y mirando fijamente a Aralia, sin más,
sentenció. Este va a ser tu marido… la tomó del brazo y poniéndola frente a Diego, hizo que ella lo
saludara de mano. Diego, recorrió brevemente su cuerpo, y deteniéndose en sus
ojos, le sonrió. El corazón de ella parecía el de un conejo, no le disgustó su
futuro marido. No tenía la mínima idea de lo que ese matrimonio sin amor, por
acuerdo de dote con su padre, iba a cambiar su existencia.
El
día de su boda, la joven novia poco entendía lo que se gestaba en su vida alrededor de todo
ese alboroto.
Se barrió y regó el patio y bajo el flamboyán, se pusieron mesas sobre burros de madera de pino. Salieron de baúles, manteles de “percal blanco” bordados por las viejas mujeres del rancho; las flores frescas recogidas por la mañanita en las cercanías, se colocaron en cántaros de agua decorando la larga mesa.
Se barrió y regó el patio y bajo el flamboyán, se pusieron mesas sobre burros de madera de pino. Salieron de baúles, manteles de “percal blanco” bordados por las viejas mujeres del rancho; las flores frescas recogidas por la mañanita en las cercanías, se colocaron en cántaros de agua decorando la larga mesa.
El
pastel adornado con margaritas naturales, fue paseado desde la casa de doña
Lupe (la que hacía también los tamales y atole de coco, más ricos del lugar),
hasta la casa de la novia por Flor y Eulalia, jóvenes primas de Aralia,
quienes con torpeza festiva, caminaban con el pastel moviéndolo de un lado a
otro, sorteando las piedras resbalosas y charquitos que dejara el chipi, chipi
nocturno.
El
día llegó. Mañanita fresca, clara y hermosa. Aralia vestida de novia, parecía que
iba a ofrecer flores, estaba emocionada y expectante.
Tocó un trío de vihuelas y una marimba. Se brindó con tepache de piña dulce y ron hecho de la caña que se producía y añejaba en el rancho para ciertas ocasiones. La comida: Chilpachole de jaibas con epazote, bien picosito (las jaibas las habían traído de Tlacotalpan) y claro, barbacoa de borrego en su jugo con granos de garbanzo. Había comida para todos los gustos. Las tortillas de maíz amarillo, hechas a mano, se ponían en canastos grandes cubiertos con servilletas blancas bordadas por la misma novia. Tamalitos de masa colada y los de elote con hoja de acuyo (llamada también hierba santa), ambos rellenos de pollo o carne, con aceitunas picaditas, ingrediente típico de la comida criolla de la región. Los bollitos de maíz se endulzaron con panocha, coco rallado y pasitas. No falto el atole de coco, además ¡El pastel!
Ya
por la tarde... el café de olla con su piquete de
ron, no faltó en la boda. Besos, bendiciones y borrachera llorona de parte de
ambas familias.
De fondo a su inicial vida, Diego
y Aralia culminaron su noche en una hamaca con las estrellas y la luna
como manto nupcial. La vihuela, el canto de
parientes y amigos en un canon desafinado, acompañado por el eco del croar de
las ranas, el cri cri de los grillos, y las luces de las luciérnagas entre la vegetación, fue el marco en su noche de bodas.
La
pareja
No
vivieron felices. Diego empezó a relacionarse sexualmente con Aralia, quien se comportaba
como yegua cerrera. La comunicación de igual a igual entre hombre y mujer no
existió, su naturaleza era lo que permitía esos encuentros, en los que la
juventud, la ignorancia del funcionamiento del cuerpo, la culpa, los prejuicios
sobre el sexo y el instinto de cada uno, fueron los invitados al festín
cotidiano en su relación - Así formaron una familia, dijo tía Lila ¡la nuestra!
Los
primos que la escuchábamos, guardamos un prolongado silencio. Nosotros
que creíamos en el amor como eje fundador de nuestro pasado, se arruinó de
golpe, ante la revelación.
Con
su voz cálida y firme siguió diciendo... El correr del agua de la acequia cerca
de la ventana, permitía el paso de la tranquilidad al cuarto. Después del coito, él se volteaba y le daba la espalda a su mujer. Aralia mirando el techo de palma,
quedaba en silencio... juntos procrearon en medio de la oscuridad, el olor al
alcohol y el eco de los sonidos de la garganta de Diego. En ese marco invariable, se fecundó el vientre de ella durante varios años.
Al
principio de su matrimonio, después de hacer el amor, Aralia se sentía sucia,
se levantaba a bañar. Muchas veces, llegó hasta el arroyo y se metía con miedo
de que cualquier culebra u otro animal que anduviera de cacería, se topara con
ella. Necesitaba el agua como purificación.
Largos meses hicieron que su vientre y sus pechos crecieran y cambiaran de color. Diego se deleitó siempre con la dimensión de su compañera.
Largos meses hicieron que su vientre y sus pechos crecieran y cambiaran de color. Diego se deleitó siempre con la dimensión de su compañera.
Tuvo
varias caídas antes de parir a su primera hija. Una mañana, ya andaba por los nueve
meses y rodó con todo y leña por un arenal, le escurrió sangre entre las piernas
y ahí mismo pasó varias horas de parto. Nadie la escuchó... después que dejó de
latir el cordón, lo cortó con sus dientes y tuvo una niña a pleno sol,
acompañada de la soledad, encima de un hormiguero.
Después
de su segunda hija, Aralia le temía a Diego, él la buscaba como mujer y ella
pretextaba cualquier cosa para no dormir a su lado.
La
lactancia se hacía eterna y duraba meses dando leche, a Diego le gustaba
también. Las mujeres del rancho le habían dicho que mientras le diera “al
chamaco”, no se cargaría con otro. Aralia creyó esto, pero a pesar de estar
amamantando a Marina, su segunda hija, quedó preñada otra vez. Así nacieron sus
cuatro retoños.
El
negro Jácome
Los
Cocuyos un día amanecieron con una
visita... la del negro Jácome, vendedor ambulante que recorría los ranchos de
la región llevando en su carreta (tirada por dos mulas con sendos sombreros de
paja), mercancía muy diversa. Folletines de modas, telas, agujas,
belladona, bálsamo de benjuí, hasta una pomada hecha con petrolato
con clavo para la réuma, alúmbre, goma de tragacanto, pesarios para evitar el
embarazo ¡de todo!
Un
día, Jácome llegó y se anunció tocando el cencerro de vaca amarrado a su carreta y dijo
con fuerte voz ofertando una ¡Máquina de coser! Era de pedal y según la
habilidad y fuerza de su futura dueña, la aguja subiría y bajaría en un ritmo
perfecto. Además era una Singer.
-Imaginen
ustedes el milagro de unir las telas sin picarse los dedos y con rapidez-
afirmaba el negro Jácome, mostrando un overol de ferrocarrilero, fuerte y bien
hecho.
Eso convenció a Aralia, y sacó de la cintura de sus enaguas azules, una bolsita de cuero que cerraba con dos jaretas, en ella guardaba un rollo de billetes, húmedos y salobres. Ahorros de su trabajo y que engrosaron cada temporada por la venta de la leche ¡Pagó al contado!, se compró la Singer, orgullosa la metió en el lugar donde arrumbaban triques, el que pronto se convirtió en su espacio de costura. A la máquina de coser la llamó Pelancho, el diminutivo de Esperanza. La trataba como a una persona, le brindaba cuidados y mimos como a otro hijo. La limpiaba, guardaba y envolvía en una sábana de percal. Después que trabajaba duro en ella, no importaba el calor o las labores de la casa y el apoyo que le daba a Diego. Siempre le quedaban fuerzas que le salían de lo profundo del alma y cosía.
Eso convenció a Aralia, y sacó de la cintura de sus enaguas azules, una bolsita de cuero que cerraba con dos jaretas, en ella guardaba un rollo de billetes, húmedos y salobres. Ahorros de su trabajo y que engrosaron cada temporada por la venta de la leche ¡Pagó al contado!, se compró la Singer, orgullosa la metió en el lugar donde arrumbaban triques, el que pronto se convirtió en su espacio de costura. A la máquina de coser la llamó Pelancho, el diminutivo de Esperanza. La trataba como a una persona, le brindaba cuidados y mimos como a otro hijo. La limpiaba, guardaba y envolvía en una sábana de percal. Después que trabajaba duro en ella, no importaba el calor o las labores de la casa y el apoyo que le daba a Diego. Siempre le quedaban fuerzas que le salían de lo profundo del alma y cosía.
Se
hizo experta. Aunque cada día aparecía un nuevo problema. Se acababan los
hilos, las agujas, y la correa que hacia girar la cabeza de Pelancho.
Sustituía con nuevas tiras de cuero de vaca las que se rompían. A las agujas
las cuidaba como oro. Era capaz de encontrar una en un pajar. Esperaba a Jácome
cada tres meses con gran expectación. Era ingeniosa y creativa para resolver
problemas.
Así
pasaba su vida en el rancho, aunque el alcohol, jugó parte importante en la
vida de Aralia y Diego. En una de sus cacerías y borracheras, Diego trajo dos
armadillos grandes para que los cocinara Aralia. Ella los limpió y colgó la
carne de un mecate en el traspatio para hacerlos al otro día. Ya de noche,
cuando todos dormían... algunos ruidos la despertaron - alguien andaba
jaloneando la carne - vio a su marido quitarla del mecate y dársela a los
perros. Se quedó quieta, esperó escuchar los ronquidos de Diego y despertó a
Sol su hija mayor, y la mandó a esas horas por un pedazo de armadillo, a casa
de su compadre Demetrio, quien había ido a cazar con Diego. ¡Hay de ella si no
había carne mañana tempranito!
Muy
de mañana él se levantó y fue a la cocina, ahí estaba Aralia preparando café
cargado con piloncillo y una tortilla de huevos frescos con las pepas secas de
los chiles serranos, desayuno de ley después de cualquier borrachera de su
marido.
-¿Y
la carne?
- la
estoy preparando- Esto lo encolerizó, se abalanzó sobre su cabeza y empezó a
golpearle la cara agarrándola por los cabellos de la frente.
-¡Vieja
pendeja!
-¡Mentirosa!
-
¿De dónde sacaste la carne, bruja?
Aralia sentía el cuero cabelludo hirviendo, los golpes secos sobre sus ojos y mejillas cayeron sin piedad. Un fuerte olor como amoniaco, un sonido seco y los gritos de sus hijos en sus oídos, fue su último recuerdo.
Aralia sentía el cuero cabelludo hirviendo, los golpes secos sobre sus ojos y mejillas cayeron sin piedad. Un fuerte olor como amoniaco, un sonido seco y los gritos de sus hijos en sus oídos, fue su último recuerdo.
Tenía
el cuerpo molido, la oscuridad a su alrededor la confundió, intentó abrir los
ojos. Desesperada no veía nada. Los sonidos que reconocía, fue lo
que la situó en su espacio. ¡Estaba ciega! Totalmente ciega.
Esta
certeza la oprimió fuertemente casi ahogándole el aliento y una enorme
desesperanza invadió su pecho. ¡Ciega¡ Le dio terror tocarse los ojos, empezó a
gritar el nombre de sus hijos con tal fuerza, que un acceso de tos, acabó por
doblar su espalda y cayó de rodillas al piso de tierra.
Sus
hijos lloraban y no le decían nada. Horas después su prima Eulalia que llegó de
visita, la encontró encogida en medio de la cocina orinada y llorando despacito
con miedo de que la escucharan. Eulalia le habló con cariño y la ayudó en esos
momentos tan desesperados.
Pasaron
tres días. Estaba acostada, sintió una alegría infinita. Empezó a distinguir la
luz y vio las cosas como envueltas en un velo transparente. ¡No estaba ciega!
Sus párpados estaban deshinchándose poco a poco, recobraría la vista.
Cuatro
días después, era de noche cuando Diego volvió, la miró con frialdad y como si
nada, pidió de cenar. El olor del alcohol corrompido penetró la cocina.
Después de varios años de palizas sin motivo, en Aralia creció un terrible odio en contra de Diego. Se horrorizó al ver en lo que se había convertido su vida y la de sus hijos y tomó una decisión. Se iba al Puerto. Su prima Eulalia vivía en Tlacotalpan y le había dicho que la esperaba cuando quisiera. Dejaría Los Cocuyos. Ella intuía que había otro horizonte. Aunque era difícil hacerlo. Dejar su tierra que representaba tanto esfuerzo, años de su vida. Abandonar sus cosas, que eran una extensión de su empeño, pero sobre todo ¿El amor?
Era
mejor llevarse a sus hijos ... dejarlo.
Días
antes de su partida acordó con una vecina, doña Jacinta, venderle su máquina de
coser, se la pagó poco a poco. Para evitar suspicacias de Diego, una vez que se
la llevó Jacinta, amarró un bulto de ropa vieja y lo envolvió como si fuera su
máquina. Aralia se encargó de comentar que le hacían falta agujas, que no podía
coser y que se las había encargado al negro Jácome. Pelancho... aparentemente
descansaba tapada.
La
fuga
No
pasó mucho tiempo. Diego salió temprano, llevaba su itacate; un guaje con café
de olla con canela y piloncillo, un buen pedazo de queso fresco, salsa y
suficientes gorditas, picadas y negritas de frijol recién hechas y una botella
de ron. Iba a cazar. Amarró todo al cabestro de la silla del Flaco, quien
indolente, se espantaba con la cola las moscas. Para Aralia ¡Era el día
tan esperado!
Las figuras de Diego y el Flaco, empequeñecieron frente
al horizonte. Aralia, con un dolor en la boca del estómago y las manos sudadas,
despertó a las niñas, la miraron soñolientas y extrañadas. Las apresuró a
vestirse. Recogió lo más querido de esa casa para ella, sus Santos: El Sagrado
Corazón de Jesús, su santo preferido, San Juditas Tadeo, La virgencita Morena,
La oración de la Magnífica, y un
rosario con olor a rosas de Castilla, que le regaló el Padre Nicanor, el día
del entierro de Celerinito, el menor y único varón de sus críos. Envolvió con
cuidado algunos otros objetos y cada una de las niñas cargó sus cosas. Sus
hijas, más que nunca, le dieron el impulso para salvar cualquier obstáculo.

Las
bestias jalaron la carreta. Pasaron varias horas, el paisaje lentamente caminó
al paso de la carreta. Zopilotes comiendo una vaca hinchada y cientos de moscas
zumbando en oleadas sobre ella, fue lo menos monótono del horizonte. Aralia y
sus hijas iban silenciosas y pensativas, mirando el camino que unía tierra y
árboles al cielo.
El ruido ensordecedor de las chicharras fue el concierto penetrante que no disminuyó hasta llegar a Tlacotalpan.
El ruido ensordecedor de las chicharras fue el concierto penetrante que no disminuyó hasta llegar a Tlacotalpan.
Se
bajaron en el mercado principal, Aralia sacó un papel arrugado y borroso donde
traía la dirección de su prima Eulalia: Esteban Morales 24 y Callejón 1/4.
Preguntó aquí y allá hasta que dio con la dirección.

Compró
de inmediato otra máquina de coser. Su instrumento de liberación y
trascendencia. Puso un puesto de venta de pantalones de mezclilla y camisas en el mercado, forjó así el inicio de un patrimonio que sus hijas continuarían.
El
legado
La
tía Lila continuó diciendo. Fue así, que nosotras, sus tres hijas, aprendimos
el oficio y crecimos con recuerdos no muy claros de nuestra vida en el rancho.
De mi padre, no supimos nunca más. Su despego se solazó con nuestra ausencia y
no quiso acercarse a nosotros. Ni mi madre a él tampoco.
Algunos
parientes, como el viento susurraban chismes acerca de que había vuelto a
casarse y que vivía en la huasteca tamaulipeca en un rancho, con su nueva
familia.
-Dios
mío, déjanos en Tlacotalpan y protégenos de todo mal ¡Amén!
Corolario
presente en todas nuestras plegarias. Creo que en la parte final de esta
oración, ella se refería a mi padre.
Los
años transformaron a la joven Aralia en una vieja, nosotras sus hijas Sol,
Marina y Lila, la cuidamos con todo nuestro amor en la etapa final de su vida.
Murió en su casa mientras dormía. La noche anterior a su deceso sus manos
apretaron las de sus hijas, las de su prima Eulalia y las de sus sobrinos.
-No
lloren, quiero que sigan trabajando, mañana hay que abrir. Pidió que la
dejáramos sola, quería descansar y pensar. La arropé con todo mi cariño y me
despedí con un beso, vi sus ojos verdes y vidriosos mirarme con gran amor y
dulzura. Un mal presentimiento acompaño el sonido de la puerta cuando la
cerré.
La
vestimos y peinamos sus hijas. Era bella aún muerta. Le cortamos mechones de su
cabello y cada una, lo puso en un guardapelo de plata que nos regaló un tiempo
después, mi tía Eulalia.
Secreto
a voces
Mi
tía Lila nos dijo
-Arreglando sus cosas para compartirlas (se quebraba su voz) - encontré una carta que quiero leerles
Penetró presurosa en la casa, el silencio le siguió los pasos. A su regreso traía apretada una hoja amarillenta contra la boca de su estómago. La sacó del sobre arrugado...Tiene fecha ilegible… y nos leyó.
-Arreglando sus cosas para compartirlas (se quebraba su voz) - encontré una carta que quiero leerles
Penetró presurosa en la casa, el silencio le siguió los pasos. A su regreso traía apretada una hoja amarillenta contra la boca de su estómago. La sacó del sobre arrugado...Tiene fecha ilegible… y nos leyó.
Eres el pan que se sirve en mi mesa, luz que penetra el maizal, el murmullo del agua tropieza con las piedras y me dice tu nombre.Veo tus ojos en el espejo del cielo, Aralia mi amor... estrecho tu ausencia que cabalga pegada a mi pecho. Ya no me sonríe la luna cuando lanzo piedras al río.
Te necesito… vuelve mi amor, todo lo podemos arreglar. Demetrio.
La carta estaba mutilada, nos refirió la tía Lila. La encontré dentro de la talla de madera
del Sagrado Corazón de Jesús, objeto predilecto de mi madre. Recuerdo el epitafio que había hecho para su tumba: Aralia.,
mujer que vivió el amor en su tierra. Demetrio, el compadre, se quedó en el
rancho, fue su amor malogrado, el que mi madre logró ocultar, pero que después
de su muerte tomaba presencia. El recuerdo de mi hermano Celerino, muerto muy
chiquito y su parecido a él, fue el comentario señalado por parientes años
atrás en el rancho.
-Esa es la historia - concluyó
con voz entrecortada mi tía y bebió el último sorbito de horchata, mientras con
ademán cuidadoso, guardaba en su bolsillo la hoja de papel. Se levantó y precipitadamente
entró en su casa.
El sonido grave y prolongado del silbato de un barco, me trajo nuevamente al Puerto, esa noche cuando una suave voz cantaba las últimas estrofas de un bolero de Lara, que navegaba en el aire al compás de una marimba lejana:
Mujer, mujer divina
Tienes en el ritmo de tu ser,
todo el palpitar de una
canción
Eres la razón de mí existir
mujer...
Compositor Agustín Lara.
La historia acerca de mi abuela, fundadora de mi familia, nos dejó conmovidos y abrumados a mis primos y a mí. Nuestra admiración por la abuela, su valor, fuerza y entereza, se hizo presente en la coherencia de sus decisiones en su vida. Mujer sencilla que pudo cambiar (desde el pasado), con la certeza de su valor como persona ante la injusticia y el maltrato, el futuro de sus descendientes.
Quedamos en silencio, viendo los cocuyos que prendían y apagaban entre las hojas del Flamboyán exuberante frente a la puerta de la casa azul, de mi tía Lila.
Leticia©
Narración publicada en revistas nacionales y de USA.
Imágenes de la red.
Glosario de términos.
*Se
acentuaron palabras como alúmbre y réuma, porque fonéticamente en esa región
así se pronuncian, sólo para lectura.
*Flamboyán. Árbol de
flores rojas, azules, blancas o amarillas, también es llamado acacia en España.
*Cocuyo o luciérnaga. Insecto
que fosforece en la oscuridad en ciertas zonas costeras.
*Acuyo o yerba santa.Hoja de
una planta aromática usada en la cocina costeña del estado de Veracruz y Tabasco.
*Chipi, chpi. Lluvia muy
ligera y pertinaz
*Chilpachole de jaiba. Caldo muy popular aromado con la hierba llamada epazote, en México.
*Itacate. Envoltorio
*Triques.Enseres menores.
*Triques.Enseres menores.
20 comentarios:
Decirte que me ha encantado es poco amiga mía. Un fuerte abrazo y mi cariño. Gracias por compartir esta hermosa disertación en relación con el gran Agustín Lara.
Julie, "Mujer Divina" es difícil de leer por su extensión,en este medio. Gracias por tu comentario. Aralia es un ejemplo del poder de decisión para acabar con el maltrato a su persona, gracias a la fuerza que le da la certeza de su valía como ser humano a pesar de estar todo en su contra,desde el inicio de su vida.
MUCHAS GRACIAS POR COMPARTIR ESTE INTERESANTE POST.
ABRAZOS
Bien sabes que me apasiona esta obra tuya y tomo buena nota de las palabras que desconozco y de las que he aprendido en América.
Me gusta de principio a fin. Felicidades y abrazos.
Solo decir, Maravilloso¡¡¡
me encantó
gracias eres un sol Leticia
besitos
Mavi
ReltiH. Gracias a ti por estar presente.Saludos
Loli,gracias por tu generoso comentario. Un placer para mi disfrutar de tu escritura y amistad.
Un abrazo amiga bonita zaragozana.
Mavi! yo también disfruto de tu trabajo. gracias por tu comentario.
Un abrazo.
Ufff, que gozada ha sido leerte. No sé si conoces a Váquez Figueroa, escritor canario del que he leído muchos de sus libros.
Bueno,el caso es que me gusta mucho su forma de llevarnos por los ríos de sus letras, esas que hablan encadenando orígenes en sus temas.
Así te he sentido yo leyendo esas raíces, su alargarse, su fructificarse y mientras, el latido de esas personas de las que hablas, haciéndonas sentirlas.
Me ha encantado.
Como digo:
Un placer.
Gracias y besos.
Marinel, gracias por tu comentario. Buscaré a Váquez Figueroa. Me enriquece mucho encontrar personas como tú y tantos amigos que convivimos casi diariamente a pesar de la distancia.
Gracias a ti estimada colega. Besos
Es un gesto bonito y valiente transformar la vida de nuestros ancestros en arte, te quedó muy bien, felicidades.
Abrazos.
Bea querida,te comento que la imaginación de la mano de la observación, es algo de lo que el escritor conjunta para crear, en este caso un relato. Nada que ver con la historia familiar personal es este relato, aunque... detalles como el marco en donde se realiza la historia es entrañable pues conozco usos y costumbres de ese precioso estado de mi país que es Veracruz. La familia a la que pertenezco con orgullo es y ha sido mi motivación para encaminarme en la literatura.
Un placer tu visita siempre querida amiga.
Leticia, he leído tu relato completo y ha conseguido hacerme vibrar. Es un trabajo redondo, con un tema duro; el de los malos tratos, que aún en la actualidad están presentes en infinidad de hogares. La fuerza y el valor de tu protagonista por salir de aquel pozo la dignifican y la convierten en ejemplo para todas esas mujeres que vivien situaciones similares.
Te felicito por la entrada
Un abrazo grande, amiga
Fina
Una excelente entrada Leticia.
Un abrazo.
Precioso Leticia, al final todo se convierte en arte, me encanta. Espero que hayas comenzado muy bien el año. Un fuerte abrazo y buen fin de semana. @Pepe_Lasala
Fina, he tocado la violencia de manera sutil en el lenguaje, son los hechos los que son descarnados si los analizamos. El abuso a tantas mujeres en lugares apartados como son los ranchos, donde incluso el incesto y los matrimonios entre primos hermanos y cercanos son cosa de todos los días para mujeres y niños. Siempre han sido abusada la infancia del hombre. Recuerdo cómo Calígula, tenía a niños, llamados "Pececillos", los que cuando se bañaba en aguas tranquilas, le acariciaban sus partes nobles ellos nadando bajo el agua. Un horror la humanidad. Por todos lados suceden cosa inauditas en contra de la vida. Un abrazo amiga, gracias por tu comentario que me enriquece.
Conchi, feliz año querida colega. Agradezco mucho tu visita y que dejes la huella de tu presencia en tu comentario. Un abrazo
Pepe, ya voy mejor, gracias. te agradezco mucho que recuerdes mi tristeza. Así es la vida, lo único que siempre nos advierten es que nacemos para morir, pero... cuando llega la separación del ser amado, es difícil tomarlo con resignación tan pronto.
Un abrazo estimado amigo.
Leti, he leido con delectación la historia de tu abuela, construida por tu pluma diestra de narradora, y me sentí transportado a algunas escenas de Cien años de soledad del maestro Gabo. Pareciera magicidad, la historia de una mujer a la cual le escogen el marido, y no su corazón. Sovciedad patriarcal y machista, sometida al ludibrio del hombre la mujer. Créeme, que bien narraste este aparte de tu genealogía familiar. Mis respetos. DEsde Colombia, mis afectos. Carlos
Carlos, te digo lo que dice Fernando António Nogueira Pessoa ... el poeta es un fingidor, yo diría que no sólo el poeta,el escritor también.Podemos encarnar personajes a los que observamos a través de la realidad y que "atezamos", es decir damos lustre con la imaginación creativa.
Y sí, la escritura costumbrista es detallada, arraigada a la tierra en un pasado o en el presente con sus tradiciones y cultura, la que cuando menos a mi me deleitan.
Gracias colega, mi cariño y un fuerte abrazo hasta la bellísima Colombia.
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